viernes, 25 de abril de 2008


Podría haber estudiado una carrera científica y haber perseguido la verdad a lo largo de interminables días en un laboratorio. Mi obsesión sería aún el tubo, de ensayo.

Podría haber escrito una novela, con miles de renglones como ordenadísimas líneas de una interminable marejada,

Podría haber cultivado una intensa vida social. Para las ocasiones tendría un traje de Armani y una camisa con gemelos, en vez de un 8'4 y un invento de cinco metros.

Podría haber montado mi propia empresa, tener un gran coche en leasing y salir en las revistas del capital como ejemplo de hombre hecho a sí mismo. Mandaría gente a países como Indonesia a buscar mano de obra barata.

Podría dominar un instrumento musical, leer partituras como quien lee arrugas en la mar. La plenitud me estaría esperando en los alrededores de los sesenta años.

Podría haber aprendido a jugar al póker, experimentar la adrenalina a partir de una posibilidad de full y haber ganado y perdido todo varias veces en unas pocas horas.

Podría haber ingresado en las juventudes de un partido, aprendiendo los secretos del poder. Tendría un jefe de gabinete, un coche oficial y un concepto de "derechas" e "izquierdas" bastante más borroso.

Podría haberlo intentado con una de esas oposiciones sobrehumanas (fiscal, registrador, notario...) que hacen desaparecer a la gente durante años como si el mar se los hubiera tragado.

Podría haber hallado una oportunidad en un lugar sin mar.

Podría haberme convertido en un historiador famoso, conocer profundamente sucesos de períodos remotos y vivir de la erudición, convencido de que por debajo de veinte años el tiempo es insignificante.

Pero no lo hice y dediqué una gran parte de mi tiempo a estar cerca de las olas, y tampoco me convertí en Kelly Slater.

Podría haber sido un historiador mediocre, un notario frustado, un músico mínimo, un funcionario del Estado, un dramaturgo sin gloria, un modisto, un cocinero, otra vida, pequeña o grande, en otra parte. Y ahora, mientras yo cargo windguru y sopeso la posibilidad de un baño vespertino, quizás en un hotel de Oslo alguien que va a recibir el premio Nobel mira la tele para hacer tiempo y piensa a dónde hubiera podido llegar si hubiera hecho otra cosa con su tiempo, excitado por la posibilidad de haber sabido qué se siente al dominar una pequeña tabla y deslizarse por olas como los chicos que salen en la pantalla.



Por más veces que leo este escrito, más puedo llegar a entender un pensamiento así. Es posible que tú lo llames utopía, afición sin más, deporte... Pero tras comprobar cuando la pared abre a tu derecha y el agua brota de la nada mientras recorres una pared transparente y el fondo claro como el cielo, volvería a preguntarte qué piensas sobre lo que has leido.